Declaración: La necesidad del rapto
“Un acontecimiento, al contrario de una idea, no puede ser definido” ~ Malliard Chantal – Matar a Platón
“Los rostros de los hombres reesplandecían como iluminados por el pensamiento de Dios “~ Niko Kazantzakis - El pobre de Asís
"¿Y de qué sirve un libro sin dibujos ni diálogos? - Se preguntaba Alicia" ~ Lewis Carroll - Alicia en el país de las maravillas
Muchas veces, de muchas maneras y por muchas causas, les supliqué a los dioses que algo más grande que yo me raptara y arrancara fuera de la realidad habitual. Volar al reino de las ideas, limpia y secamente en un intempestivo secuestro para desprenderme del tedio. Esperaba un acto metafísico de la voluntad helénica, un distanciamiento del escándalo de la filosofía, un gesto platónico, una razón universal, ¡un deus ex machina! A veces lo fijaba en carruajes de oro tirados por caballos alados conducidos por Apolo el brillante y otras veces se me apetecía en las garras empantanadas de Hades el hospitalario. Yo sería una nívea bruja libertada como Medea o devendría oscura reina de hierro como Perséfone. Dramaturgia curiosa sentarse a esperar el devenir en una rebeldía antinómade.
El ensueño, el delirio lúcido, es la antesala del productor de ideas como creador de mundos. Antes de ser creadores, somos soñadores. Alicia, en el entrenamiento del ensueño y sin moverse mucho para no espantar los devenires, fijó su rapto en un objeto de poder como el conejo blanco que la llevó a un agujero que la hizo llorar hasta inundar el mundo y la marejada de su llanto la obligó a navegar hacia islas desiertas. Fijar el propio rapto y dejarse raptar por algo más grande que uno es afirmación del devenir en un devenir imperceptible. Elegir lo que se quiere: Ariadna fue raptada dos veces, una por el amor a Teseo y otra por el amor de Dionisio, afirmó dos veces por voluntad de la intuición. Querer lo que se elige.
El rapto es la salida violenta del mundo para situarse en un posible. Es la posibilidad absoluta en la imposibilidad de agenciamiento del deseo de lo oculto.
Del mundo se ha dicho y hablado mucho. Nos ideamos un mundo en común basado en sensación e insinuación. Los científicos dirán que esa insinuación se puede medir y atribuirán la sensación a la química, pero, como dijo el antipoeta Nicanor Parra, “el mundo es lo que es y no lo que un hijo de puta llamado Einstein dice que es”. Los filósofos se han disputado bellamente la realidad -o no- del mundo entre idea y materia. Por su parte, los filósofos de la ciencia dicen que la realidad del mundo es apenas una imagen de problema, un problema mentiroso. Mientras ese debate de tanto interés ocurre en los laboratorios de los topos, en el transcurso de la incertidumbre la medianía parasita relatos colectivos en búsqueda de una verdad velada por la imposibilidad de conocimiento a través de los juegos de un lenguaje establecido alrededor del tedio del hacer entre las pocas cosas que conocemos. Por la desvirtuación del lenguaje, los relatos colectivos cargados con la profundidad simbólica del mito han terminado reposando en el solipsismo del tecnicismo científico y el optimismo socrático, dicho por Newton: “subirse a hombros de gigantes”, gigantes que terminaron siendo tan brutales y tan estúpidos como los cíclopes. Qué suerte que los decimonónicos que sospechaban de todo, amigos de Dionisos y de Apolo, trabajaron en desobstruir caminos cerrados por los supuestos gigantes – ese término atribuído a Newton es de cáscara vacía, un mantra posindustrial, un claro síntoma del ocaso de los ídolos y, acaso, todo lo que alguna vez hubo de bueno en el mito.
Hay una alternativa a la tecnocracia polvorienta y es la inmersión habitual en el ensueño lúcido y el disfrute del paisaje que ahí los dioses ofrecen: se descubren cualidades variopintas del ser cuando es la intuición lunar la que hace bodas con la marea. Es vivir como navegando en un velerito, es una técnica impecable que reemplaza una estrategia de transatlántico. Es amor al devenir. El amor al devenir es una aceptación más creativa que pasiva, no es un amor de contemplación ni de espera paciente por el qué vendrá, es una necesidad violenta por hacerse cargo de los éxtasis del tiempo y hacer de la vida una ofrenda a los fantasmas sobre los cuales está sustentada toda experiencia vital, esto es, un goce del mundo particular. Es gozar en el mundo cuando todo sale mal. Para que ese goce particular aparezca hace falta una angustia radical que afecte cada cosa, pues no es un goce parecido al hedonismo onanista ni al masoquismo capitalista. Es otra cosa, una contradicción diferente: un diálogo amoroso con el dolor.
¿No es maravillosa la danza de Eros y Thanatos?