Transhumanismo y heterogénesis de la subjetividad: devenir-cyborg como respuesta al dolor y la enfermedad:

El brazo me está doliendo. Siento hondamente los implantes de titanio, como una latencia, una nueva sensibilidad, un órgano diferente que me hace posible percibir la humanización del metal o la deshumanización de la carne. El diálogo entre la carne y el metal a veces se torna más intenso y sólo sucumbo al dolor llorando y durmiendo, pero siempre, para todo, me aparece la necesidad de leer, ese es mi devenir-estoico. En este caso apareció la necesidad de leer algo que me acariciara el dolor y opté por el bálsamo maternal de Susi Sontag en “La conciencia uncida a la carne” para, después de sólo unas páginas, mudarme al “Manifiesto cyborg” de Donna Haraway al sentir la necesidad de hacer bodas con mi “nueva carne” y divorciarme de temporalidades otrora compartidas con Susi Sontag y todos los fantasmas modernos que me asedian habitualmente. Me sentí diferente, me sentí hija de Saturno y el metal y encallé en el libro de futurología “El shock del futuro” de Toffler, que me abrió la puerta al mundo del transhumanismo, el singularitarianismo, el extropianismo, la inmortalidad médica, en fin, universos e islas desiertas que desanclan a la filosofía del mito y logos antiguos, de la literatura como la conocemos, de las bibliotecas, del problema europeo, de la pintura neoclásica, de las aulas de clase y la ponen a navegar fuera de órbita con la ciencia ficción, para generar posibilidades de vida en clave de técnica computacional. El caos que sucede a la ficción de la quietud siempre es posibilidad creativa, es Júpiter dando ronda, es el anuncio prometeico.

“Shock del futuro” es un concepto inventado hace ya cincuenta años para referirse a la aflicción e inacción resultantes de la marea de cambios repentinos que suscitó la tecnología computacional, alteraciones frenéticas que conviven con enmohecidas formas de relacionarnos y con una impotencia reflexiva generalizada para lograr un correlato entre los impresionantes hitos tecnológicos con promesas futuristas y las jornadas laborales extensas, fábricas atestadas de obreros, sometimiento a contaminación, servidumbre, hambre, dominios patriarcales, anquilosadas lógicas binarias de relación con el mundo, miseria, crisis ecológica, guerras frías y calientes y la amenaza de un colapso climático y agotamiento de los recursos. La prístina ciencia ficción aparece como narrativa de lo posible, de lo mágico, de la elaboración de máquinas interestelares con capacidades tan potentes como para generar un bienestar generalizado, mientras el capitalismo sigue funcionando bajo sus enmohecidas formas normativas de trabajo y servicio y se conserva a sí mismo con la privatización de recursos públicos y con la negación de cualquier experiencia similar a la del estado de bienestar en una “no gobernabilidad” devenida en una normativización que obliga a convivir ciudadanos que viajan a Marte y Cyborgs con implantes para diversificar su capacidad sensorial con dinámicas industriales y pre-modernas. Contrario a la miopía de Keynes, que predijo torpemente que en el futuro capitalista se avecinaba el fin del trabajo y la reducción de la jornada laboral, lo que ha ocurrido es que se ha ido eliminando la separación entre trabajo y vida privada y el trabajo ha acabado por impregnar todos los aspectos de relaciones sociales. Tales convivencias conflictivas resultan en patologías mentales generalizadas, como la depresión, el estrés, el trastorno bipolar y la esquizofrenia que siguen siendo tratadas en manicomios o intoxicadas con fármacos hasta la obsolescencia de los cuerpos. Es un desquicio temporal del que no se puede salir con la psique intacta, entre el shock y la esquizofrenia, entre el futurismo y un futuro que nunca llegó, entre la posibilidad de autos voladores y el destartalado Chevrolet de combustible fósil para ir al trabajo en jornada de ocho horas. Alex Williams y Nick Srineck, autodenominados “aceleracionistas”, explican en su manifiesto que el neoliberalismo ha normativizado y reprimido los recorridos existenciales para abrir posibilidades para el futuro a través de las fuerzas productivas de la tecnología con guerras de patentes y monopolización de ideas. En lugar de la colectivización de un mundo cargado de futuro y de viajes interestelares, tenemos periódicamente la el anuncio de un nuevo iphone con una cámara más o aplicaciones que nos hacen ver más lindos, más jóvenes, como Shrek, como tu abuelita…

El sociólogo contemporáneo Mark Fisher decía, antes de ser asesinado por el capitalismo en un suicidio, que el capitalismo es un sistema bipolar que se mantiene andando en la oscilación entre depresiones y momentos de auge económico y así se somatiza en los dolientes, con bipolaridad y picos abúlicos y maníacos. Deleuze y Guattari decían que la esquizofrenia es los límites del capitalismo haciendo mella en la psique.

He aquí la isla desierta y el atisbo prometeico: en el cénit del esquizoide y desquiciado capitalismo han emergido sujetos capaces de producir su propio deseo, nuevas potencias, refundación de prácticas sociales en dominios heterogéneos, coeficientes de transformación altísimos, como el primer cyborg reconocido por un gobierno (UK), que tiene 36 años y una antena implantada en la cabeza que le hace percibir más colores que cualquier otra persona, incluyendo luces ultravioleta e infrarrojos. Dice con voz suave: “para vivir mejor no hace falta modificar el planeta, como hemos venido haciendo millones de años, sino cambiarnos a nosotros mismos”. Una aseveración potente que hace quedar a Marx como una reliquia moderna y a la ficción burguesa humanista de la “libertad” como una fábula ridícula y entorpecedora. Dicho cyborg dice que si tuviéramos visión nocturna no necesitaríamos electricidad. Es un posible mucho más atractivo que el de reducir la naturaleza a un enorme banco de combustible o esperanzarse con la vuelta a un estalinismo de estado. En el universo de la somatización de la esquizofrenia y bipolaridad capitalistas y de shock futurista, el psicoanálisis y el marxismo asedian como modelos mayoritarios sin promesa de futuro. Es un lugar común entre compañeros de los partidos comunistas decirle “posmo” como insulto a alguno que no se acomode del todo con el concepto marxiano de libertad y que viva la experiencia comunista como revolución y no como esperanza - el incauto suele reacomodarse y recitar algún viejo parágrafo de los “Manuscritos económico-filosóficos” de Marx o algo del tomo 3 de “El capital”. Cuánta parálisis. ¿Cómo va a ser posible que nuestra esperanza se constituya en un futuro devenido en el fantasma de lo que no pudo ser? ¿Qué nos impide pensar en los desquicios del tiempo como la variable de producción de nuestro tiempo? Ignoran que el asedio fantasmagórico de lo posible es el verdadero topo que hubiera querido el buen Marx. Parafraseando a Foucault, seguro Marx habría despreciado el leninismo - con todos los homenajes y conjuros que el voluntarioso Lenin merece en su mausoleo-.

En el monstruoso conflicto del cohabitar de lo viejísimo y lo novísimo, el “cyborg” es una nueva categoría genérica, un nuevo sujeto político, una nueva minoría y, sobre todo, es una posibilidad heterogénica. Como en un salto cualitativo del singularitarianismo, la tecnología se negó y se superó a sí misma, pensándose no ya desde el lenguaje técnico sino desde la reflexión transhumanista. Y es que todos conocemos a algún zombi tecnocrático que se siente el guardián conservador del pensamiento racional como si fuera un estandarte, que realmente piensa que debe conservarse todo, en especial la fe estricta en que la ciencia va a ser la catapulta para la transformación de las formas de relacionarnos. O a tecnocráticos neoliberales como Nick Land, que tienen la creencia miope de que sólo la velocidad capitalista podrá generar una transición global hacia una singularidad tecnológica sin precedentes. Pero también hay experiencias harto olvidadas de “puro devenir” como la de Alexander Flemming y el acontecimiento que lo llevo a prestar atención a cómo cambiaban unos cultivos contaminados por accidente por un compañero o el conserje, dando pie a la aparición de la penicilina, que ha significado la erradicación de epidemias infecciosas.

El cyborg aparece como el anuncio prometeico de un devenir histórico que no es sólo soberanía del hombre orgánico como lo hemos conocido, ni de una tecnocracia totalizante, sino la heterogénesis de un posible motor histórico que nos saque de la ficción neoliberal de la falta de alternativas y la creación de un futuro particular.

Nick Srinek y Simon Reynolds proponen el dispositivo de acción en la forma revolucionaria y futurista de #Accelerate, esto es, la necesidad de construir el futuro. Yo hoy, un poco más cyborg, me aventuro en ese posible.

Linda homeopatía la escritura, que con lo mucho me duele el brazo para escribir, me cura.

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