Los guerreros
En Colombia hay una guerra civil hace muchos años que corre silenciosa mientras nos obligan a parecer felices, futboleros y folklóricos. Realmente la represión a la protesta y los atroces asesinatos de la policía y los paramilitares (porque esto es un para-estado, más que un estado policial) son el pus brotando de una herida profunda de violencias sistémicas que tiene ya más de cien años. Violencias no sólo de cuerpo a combate, de cuerpos mutilados y cercenados, de las que se habla mucho, con cifras y estadísticas, sino de las que pasan desapercibidas por no tener historia ni discurso oficial, las de largo plazo, las de los afectos, las de lo sensible, las de la forma de relacionarnos, las del acto creativo. Por más que desmantelemos las instituciones, la familia descompuesta, la policía, el gobierno, que maten a Uribe o qué se yo, hay un germen podrido en nuestra afectividad. Una vulnerabilidad masoquista. Un temor al soberano. Una hostilidad de guerra. Una rapacidad atroz. Una amenaza de hambre y guerra constante. Un matoneo de jauría. Eso está en lo más profundo de nuestro ethos y nuestra psique. Por esto mismo los jóvenes de las clases vulneradas son tan valientes, no tienen miedo a un petardo, no se entristecen frente a la desidia, tienen una voluntad de león y están en primera línea siendo asesinados porque nunca tuvieron nada que perder, arriesgando la vida para ser libres. Creo que esos "lúmpenes" que los elitismos políticos más recalcitrantes rechazan, son los que tienen la voluntad de poner el pecho mientras otros miramos desde atrás, ellos arriesgan el pellejo cuando es menester. Ellos están haciendo historia ¡No tenían nada y ahora tienen nuestra libertad en sus manos! Los que estamos atrás mínimamente deberíamos tomar nota y escribir nuevas páginas, elaborar nuevas retóricas, simular mundos posibles después de tantas invasiones, luchas, rapiñas, disfraces, trampas sobre nuestro criterio y nuestra voluntad, para no entrar en este ciclo interminable de despotismo - revolución. El boss final es tu fachito interior. Hay que hilar fino: los están matando por nosotros.