Dejarse comer por el monstruo: el monstruo como contradicción

Detalle de “El minotauro” George Frederick Watts. Creemos que en las garras tiene la virtud que se pierde volando.

 "Conduzcan de nuevo a la tierra, como hago yo, a la virtud que se ha perdido volando - Sí, condúzcanla de nuevo al cuerpo y a la tierra: ¡para que sea la tierra su sentido, un sentido humano!”. – Así habló Zaratustra[1]

El minotauro no es un humano ni un animal, no es una cosa ni otra cosa, no es un hombre con cualidades de toro ni es un toro con cualidades de hombre, no es un toro ni es hombre, pero es las dos cosas a la vez: es una contradicción.

“El que percibe tiene la conciencia de la posibilidad de la ilusión, pues en la universalidad, que es el principio, el ser otro mismo es inmediatamente para él, pero como lo nulo, como lo superado”. [2]

En el ocaso de la modernidad se pone en evidencia uno de sus mitos fundacionales: la contradicción es una monstruosidad. Esto da paso al fundamental rito moderno: domesticar al monstruo. Este rito tiene varias dimensiones: comienza con farsas útiles que funcionan como fármacos para normalizar las formas de relacionarnos como si el monstruo no existiera o, en otros casos, con sistemas sostenidos en cátedras virtuosas de complicadas teleologías ideadas por los sabios en sus laboratorios para poner a dormir al monstruo.

“¡Feliz quien habite en la cercanía de este sabio! Semejante sueño se contagia, aun a través de un espeso muro se contagia”.[3]

La no contradicción, la propiedad, la pertenencia a o de, el individuo, la identidad, un supuesto bienestar que llegará con el dominio de la naturaleza y, por supuesto, la supremacía del ser humano en el mundo, se normalizan como escalas de valores y objetivos últimos en el mundo moderno: son las extravagancias del humanismo. Si nada de esto funciona, el humanista se vale de invasiones, decapitaciones y sangrientas revoluciones, pues el humanista es siempre performático y excesivo. Así le enseñó el héroe civilizador.

“Todo valor es una relación consigo mismo, con los otros, con las cosas y con lo divino”.[4]

El monstruo, la contradicción, irrumpe la estructura cuaternaria de nuestras relaciones y como es monstruo y le tememos, queremos encerrarlo y gobernarlo y, si no lo logramos, queremos matarlo, porque somos humanistas. Pero esto es en vano. A pesar de que sentimos miedo, porque hemos sentido su aliento jadeando cerca, él sólo acecha: es imposible convivir con él, porque se oculta en la tierra mientras el mundo enturbia sus aguas para hacer creer que no existe o está dormido eternamente en las profundidades.

“Lo contemporáneo es lo intempestivo”.[5]

El monstruo está vivo y despierto, pero es de una existencia anterior a las imposiciones de márgenes de occidente y él mismo es, en su intensa y terrible existencia, entre otras cosas más, los arcanos de la creación y destrucción del universo, del orden del cosmos y, correspondientemente, del papel de la humanidad en esta estructura "natural, madura, original y orgánica" (Jaeger, Paideia) que es el cosmos y en la cual participamos sin jerarquías de privilegio, muy a pesar de los humanistas. Estos secretos no se parecen en nada a la máquina destartalada de la civilización.

“Mil senderos existen que aún no han sido nunca recorridos: mil formas de salud y mil ocultas islas de la vida”. [6]

τὸ ἄπειρον, ápeiron, el principio de todas las cosas, es indefinido y es ilimitado. Como el monstruo, es todo aquello que es su no ser en sí mismo. Es la discordancia, el contraste y la oposición, que, a su vez, son el mismo principio de concordancia, armonía y unidad de las propias cosas. El monstruo es contradicción y resolución de contradicciones espiraladas. Esta es danza de los contrarios: no una mera diferencia aparente, ni distinciones binarias, ni linealidades polares de pivotes e intermitencias, sino el disparate, las diferencias inesperadas, las irrupciones impensadas y todo esto está inscrito en un ciclo de creación, agotamiento, regeneración y re-creación: el tiempo vuelve una y otra vez sobre sí mismo para comenzar de nuevo otra fatídica secuencia. Todo esto está siendo el monstruo, que es aterrador, un escándalo, una inmoralidad, un violento, un asqueroso, un asesino y un suicida, una bestia, un imposible, un disparate... Pero allí donde aparece la negación, aparecen los umbrales y la fuga de sentido: la pura posibilidad.

"La naturaleza ama ocultarse". - El filósofo triste (con razones)[7]

El monstruo astado es el monstruo que se oculta en la tierra y que es tierra, es una dislocación de sentido, es un desquicio del tiempo, es un umbral, es una puerta de salida al mundo, es esperanza con olor a tierra. Mientras el mundo de los héroes humanistas nos dice “hay que matar al monstruo”, el monstruo se vuelve más fuerte y más quiere que le queramos matar.

“¿Lo creerás, Ariadna? El minotauro apenas se defendió”.[8]

A los monstruos no se les puede matar: existen mucho antes que nosotros existiéramos y la muerte en el tiempo del mythos no existe. Cuando el héroe cree que le ha dado muerte al monstruo, el héroe y el monstruo se han mezclado. Ahora el Héroe lleva al monstruo a sus espaldas.

“Con más honestidad y con más pureza habla el cuerpo sano, el cuerpo perfecto y rectangular: y habla el sentido de la tierra”.[9]

Bien haría el héroe en dejarse comer, tener la voluntad y el espíritu para convertirse a sí mismo en sabiduría de la tierra que hacer de sí mismo la caricatura del penitente con el monstruo a cuestas. El monstruo, que en su vida es él mismo la muerte, le dice al oído al héroe todo el tiempo: momento morí. El monstruo acecha cuando aparece temor de la muerte y la finitud: es la conciencia del fantasma. El monstruo existe sólo en tanto existe el miedo. Pero el monstruo no siente miedo porque el monstruo es puro, el monstruo es inocente, las pasiones del monstruo son sencillas, el monstruo es sabiduría de la tierra. Los humanistas siempre cargan el monstruo a sus espaldas y nunca han podido mirarlo a la cara. Allí donde un héroe creyó matar a un monstruo, hubo espejos, engaños, magia o hechicería -proveniente de algún otro monstruo, posiblemente una potencia femenina extranjera- para poder cazarlo.

 Finalmente, el laberinto es el umbral donde la transmutación ocurre: donde el héroe es asimilado por el monstruo o donde el héroe y el monstruo se licúan. Como el minotauro, el laberinto no es una cosa, o la otra: es metamórfico y polimórfico. En el laberinto el héroe nunca es victorioso porque es correspondiente a las leyes del cosmos que dictan que no existen tales cosas como dominar la naturaleza o un volver del laberinto a lo mundano, porque después de haber entrado al laberinto y participado de los secretos arcanos de la vida al margen del mundo, el héroe deviene monstruo y le es imposible sobrevivir de nuevo en la estrechez de los márgenes mundanos ya que el mundo existe solamente para negar al monstruo. Todo el mundo es un engaño para mantenerlo en su laberinto. Sólo queda entrar al laberinto, encontrar al monstruo y matarse a sí mismo.

Bibliografía:

[1] Friedrich Nietzsche, Así habló Zaratustra (De las virtud que hace regalos)

[2] George Friedrich Wilhelm Hegel, Fenomenología del espíritu (A. Conciencia, 2. La percepción contradictoria de la cosa)

[3] Friedrich Nietzsche, Así habló Zaratustra (De las cátedras de la virtud)

[4] Gonzalo Soto Posada, Corrupción, una pandemia en Colombia

[5] Giorgio Agamben, ¿Qué es lo contemporáneo? (Cita a los cuadernos apunte de los cursos de Roland Barthes en el Collège de France)

[6] Friedrich Nietzsche, Así habló Zaratustra (De la virtud que hace regalos)

[7] Heráclito, Fragmentos

[8] Jorge Luis Borges, La casa de Asterión

[9] Friedrich Nietzsche, Así habló Zaratustra (De los trasmundanos)

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